La Teología
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En todas las épocas la teología es importante para que la Iglesia pueda responder al designio de Dios que quiere que: « todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad » (1 Tm 2, 4). En los momentos de grandes cambios espirituales y culturales es todavía más importante, pero está también expuesta a riesgos, porque debe esforzarse en « permanecer » en la verdad (cf. Jn 8, 31) y tener en cuenta, al mismo tiempo, los nuevos problemas que se presentan al espíritu humano.
¿Qué pasa con la teología? En no pocas ocasiones, la teología es experimentada como lejana de la vida del pueblo creyente. En las librerías, lo hemos visto, las estanterías teológicas son reemplazadas con libros de esoterismo, de autoconocimiento y de autoayuda. Para muchos creyentes la teología no dice nada, no significa nada, ni siquiera saben qué pudiera ella ser. Los teólogos a veces nos contentamos con la coherencia lógica de nuestras proposiciones, sin siquiera preguntarnos por el significado que ellas pudieran tener para la comunidad de los creyentes o para la sociedad. Algunos piensan que cultivamos una teología para nosotros mismos. La teología aparece acompañando las más importantes cuestiones que se plantean la Iglesia y la sociedad: se consideraba que la teología era importante para la comprensión de la liturgia, de los sacramentos, de la pastoral, de la misión. Realidades como el laicado, el matrimonio, la vida religiosa, la educación, las comunicaciones, el trabajo científico, se esperaba que fueran iluminadas por la teología. Las cuestiones más candentes del tiempo, como eran la relación entre evangelización y justicia, o evangelización y liberación, podrían ser pensadas críticamente por la teología.
La utilidad de la teología para la comprensión de la fe difiere de la valoración y aprecio que goza la teología, La teología es importante para el ministerio profético de toda la Iglesia, Su tarea, enraizada en la Palabra de Dios y cumplida en abierto diálogo con los pastores, en plena fidelidad al magisterio, es noble y necesaria. Su labor así cumplida puede contribuir a la inculturación de la fe y la evangelización de las culturas, como también a nutrir una teología que impulse la pastoral, que promueva la vida cristiana integral, hasta la búsqueda de la santidad. Una labor teológica así comprendida impulsa el trabajo en favor de la justicia social, los derechos humanos y la solidaridad con los más pobres".
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La búsqueda de la verdad es una exigencia de la naturaleza del hombre |
En el sentido anterior, nos parece que debemos tener en cuenta la advertencia que Jesús dirigió a los letrados de su tiempo: "Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio" (Mt 12, 36). ¿Cuánto de lo que escribimos y leemos será capaz de resistir a este Juicio? "Dad frutos dignos de conversión", dice Jesús (Mt 3, 8). ¿Podemos los teólogos abstraemos de este mandato de nuestro Señor? ¿Cuáles son los frutos de nuestro trabajo? ¿Más libros, más artículos, más conferencias, más de lo mismo? ¿De qué modo nuestro trabajo es fruto de conversión? Las formas de vida son relevantes no solo desde el punto de vista ético, sino que también epistemológico. Nuestra elección de temas y preguntas, conceptos y categorías, intereses y prioridades, como en toda disciplina, están condicionadas por nuestra cultura y por el modo concreto en que cada uno de nosotros se ha querido situar al interior de ella.
La vocación eclesial del teólogo La búsqueda de la verdad es una exigencia de la naturaleza del hombre. La ignorancia lo mantiene en la esclavitud. El hombre llega a ser libre cuando Dios se le entrega como un amigo, cuando Cristo, que es la Verdad, se hace el camino para él. La verdad posee en sí misma una fuerza unificante: libera a los hombres del aislamiento y de las oposiciones en que se encuentran encerrados por la ignorancia y, mientras abre el camino hacia Dios, une los unos con los otros. La teología contribuye a que la fe sea comunicable y que la inteligencia de los que no conocen todavía a Cristo la puedan buscar y encontrar. La teología obedece así al impulso de la verdad que tiende a comunicarse, al mismo tiempo que nace del amor y de su dinamismo: en el acto de fe, el hombre conoce la bondad de Dios y comienza a amarlo, y el amor desea conocer siempre mejor al que ama. CONCLUSIÓN Si "para la libertad nos liberó Cristo" (Gal 5, 1), entonces la verdad de una propuesta teológica no se valida por la sola coherencia interna de sus enunciados (por cierto necesaria) El horizonte de la gracia es la libertad para amar. La tarea de la teología afirmaba Juan Pablo II en una de sus primeras Catequesis es encontrar el verdadero significado de esta libertad en los diversos contextos históricos contemporáneos. A la teología le corresponde realizar esta tarea a través del ejercicio de la razón. Pero en el ejercicio de la razón, como advertiría San Pablo, ella no se puede ofuscar en vanos razonamientos y menos aún cambiar la gloria del Dios invisible por una representación, en nuestro caso por un concepto, por una teoría, o por un sistema (Cf. Rom 1, 21-23). El ejercicio de nuestra razón está ordenado efectivamente hacia Dios; y eso es, efectivamente, hacer teología. Pero si está ordenado hacia Dios, entonces está decididamente orientado hacia el hombre y su salvación. Todos tenemos necesidad de conversión. La santidad de la Iglesia (enseñó el Vaticano II) se expresa justamente en que sostenidos por el Espíritu buscamos permanentemente la conversión y renovación. En la conversión -ha afirmado el Papa Benedicto XVI- "la mente se libera de los límites que le impiden acceder al misterio y los ojos se vuelven capaces de fijar la mirada en el rostro de Cristo". |